miércoles, 11 de mayo de 2011

El Candidato del Pueblo

Alberto Montejo, el reportero del exitoso programade noticias, transitaba por los pasillos del canal como si fuera una carismática estrella de cine.
Había trocado el traje de honrada tienda del once por el de la calle recolectora de bienes ajenos, que exigía el acoso constante de la repetición al televidente.
Se mostraba solemne como un obispo y tan verdadero como el mismo Plotino
Trataba de olvidar su antiguo empleo de vendedor de zapatos en calle La Florida y los deprimentes depósitos con olor a cartón húmedo, símbolos de humillación y resentimiento.
Todos esperaban, en la producción, que acertara con su opinión personal sobre la noticia del día y él no escatimaba en dar por verdadera alguna estupidez emitida en el lenguaje de "Doña Rosa". Obviamente "Doña Rosa" ni por asomo pensaba como Alberto Montejo pero... si este buen hombre estaba al frente de un noticiero, y era tan famoso, tenía razón.
Todo su entorno y él se lanzaron como candidatos del pueblo, la política se merecía tal Salvador, según afirmaban muchos "fans".
"Siempre hace lo que dice". "habla el idioma de la gente". "Jamás estuvo involucrado en negocios oscuros y su apariencia es intachable." "Él podría sacarlos de la pobreza y de la Inseguridad."

Alberto Montejo no se cansaba de dar detalles sobre el por qué de su deseo político, consagraría su vida en beneficio de su pueblo y si no, que Dios y la Patria se lo demanden. El reportero sabía que Dios no se molestaría en intervenir en política y si la patria tuviera que demandar a todos los mentirosos, no sería esta Patria. A Montejo se le hacía agua a la boca con solo imaginar su futuro.
Primero recorrería las calles más pobres, arremangando su camisa de Dior, iría a golpear EN PERSONA la puerta de la casa de "Doña Rosa", le daría dos besos paternales en la frente tan sonoros como convincentes.
Ya se había estudiado diez discursos de diez candidatos de hace diez años atrás. La gente se olvida fácilmente y los problemas son siempre los mismos, él como los otros diez prometería las mismas soluciones y al finalizar el mandato repetiría la fórmula salvadora " boicot" a viva voz y entre bambalinas recogería las alforjas repletas de oro y promesas de volver.
Los terratenientes ya no lo mirarían desde arriba y los pobres le rogarían desde abajo.
Podría ocuparse por fin de comprarle la mansión a sus padres, algunos campos para sus hermanos y quizás algunos planes para sus comedidos. Sus amigos podrían encargarse de sus hoteles y su primera dama fundar aquella institución para dádivas que solventarían los bolsillos de los cholulos.
A los nuevos cachudos les daría un centro de arte y a los gorilas un espectáculo lírico de vez en cuando.
Talaría los árboles añejos para borrar antiguos comicios y plantaría piecitos nuevos para que se note la tarea
cumplida.
De vez en vez se pondría una campera de lona para cortar alguna cinta. Se ocuparía de investigar a la gente que da más de lo que tiene, para ganarse primero su simpatía y luego para apropiarse de sus obras.
Al final de su mandato y con todo el patrimonio resguardado en fieles testaferros o en bancos nipones, tenía pensado la salida triunfal de conseguir ser perseguido o quizás raptado, para que el pueblo milite para recuperarlo.
Mientras tanto, luego del noticiero, volaría hacia las provincias donde minuciosamente arrastrará las "rr" para escupirlas en el pañuelo anudado al cuello. Por la noche velada de gala con traje Versacce y mañana en el conurbano Jean y remera de la patria.
Tendría que visitar los barrios, debía llevar los colectivos, los chorizos y el vino a los villeros. A los punteros comisiones a repartir. El domingo quería tener a todo el mundo en la plaza.
Sus capitalistas tenían prometidas las tierras de los originarios, mas exportación y menos impuestos, siempre y cuando abonen fielmente a una sola causa, el incremento de sus riquezas.
El productor lo despertó de su hermoso futuro "En diez al aire, 8-7-6-5..."

Alberto Montejo se sentó frente a la cámara, repasaron el maquillaje, abrió la boca bien grande para descontracturar, leyó los monitores del costado, ajustó su corbata y justo cuando se disponía a poner su mejor cara de credibilidad, El gran político recibió un balazo patriótico en el medio de la frente.

Uno de los técnicos pensó:
"Si todos pudiéramos leer las mentes".

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